—Pero ¿por qué? —repetí completamente atónita.
—¿Por qué siempre preguntas lo mismo? ¡Porque te quiero, so imbécil! ¡Después de lo que ocurrió anoche no puedes largarte sin decir ni una palabra a nadie y encima pretender que no pierda los estribos!
Abrí la boca para responder, pero no fui capaz de pronunciar ni una sola palabra. Simplemente no podía. Desvié los ojos hacia el suelo y noté cómo empezaban a picarme, por lo que parpadeé con ganas. El labio inferior empezó a temblarme.
Dawn dio un paso hacia mí y me tocó la mano. Fue un contacto breve, como si quisiera demostrarme que estaba conmigo, pero sin la más mínima intención de presionarme.
—Aquella vez que yo me marché a Portland, tú también te pusiste furiosa conmigo porque te preocupaste por mí.
Asentí levemente.
—¿Lo ves? Entonces me parece que tampoco es tan difícil comprender que todos nos hayamos preocupado por ti.