Pensé: ¿y si quienes se suicidan son los más cobardes, los más blandengues —pero, oye, quizá también los más amables, los más sensibles—, sí, los más débiles? Como una selección genética necesaria. A continuación, pensé: pero ¿y si hay unos que son aún más miedosos y cobardes que estos, los que, como yo, no paran de intentar suicidarse pero no lo consiguen?