Ana quiere plantar una milpa en su traspatio, en pleno Distrito Federal. Pero en la tierra hay altos contenidos de plomo y la privada donde vive está plagada de ausencias. Su hermana murió, sus papás están de luto y sus hermanos de campamento; su única amiga se fue a buscar a quien la abandonó cuatro años atrás. Menos mal que queda Alfonso. Alfonso es un antropólogo especializado en alimentación prehispánica. Es viudo y dueño de la privada Campanario. Él mismo la diseñó a partir de un esquema de la lengua humana y dio a las casas el nombre de cada uno de los cinco sabores que percibimos: Dulce, Salado, Amargo, Ácido y Umami. En duelo, los habitantes de la privada desearían echar el tiempo atrás. Tejida al revés, esta novela se los permite. Mientras Ana remueve la tierra y clava las semillas, sus vecinos hurgan en el pasado. Pero el traspatio de la memoria está minado con preguntas: ¿Quién fue mi mujer? ¿Por qué se fue mi mamá? Y, ¿cómo es posible que se ahogara una niña que sabía nadar?