Mrs. Fisher, con las manos cruzadas sobre su regazo, no estaba haciendo nada, se limitaba a contemplar fijamente el fuego. La lámpara estaba colocada de forma que pudiera leer, pero no estaba leyendo. La lectura de sus grandes amigos muertos no parecía merecer la pena esa noche. Ahora siempre decían las mismas cosas; repetían las mismas cosas una y otra vez, y nunca más se podría sacar algo nuevo de ellos. Sin duda eran más grandes de lo que nadie lo era ahora, pero tenían una inmensa desventaja, y era que estaban muertos. No se podía esperar nada ulterior de ellos; mientras que de los vivos, ¿qué no se podía esperar? Ansiaba ardientemente la compañía de los vivos,