El narrador de esta novela, llamado, al igual que su autor, Juan Carlos Quezadas, se empeña en hacernos creer que lo que leemos no es una novela, sino una crónica, una relación de hechos verídicos. Todo comenzó cuando la editorial Jus le encargó que escribiera una novela de terror para incluirla en su catálogo. El problema fue que a Juan Carlos no se le ocurría nada. Nunca antes había escrito un libro de terror y no se sentía capaz de hacerlo. Por lo tanto, se presentó en la editorial para pedir una ampliación del plazo de entrega de su libro. No encontró a la editora y en vez de esperarla se fue a dar una vuelta por los alrededores. De pronto, se vio ante un pequeño callejón, donde viviría ya no en su imaginación, sino en carne propia esa historia de miedo que tanto buscaba.
Cualquier historia ficticia apela a la credulidad del lector en el momento de la lectura; de otro modo no sería posible que quien lee se sintiera sobrecogido por unos conflictos y unos personajes que en el fondo no son más que papel y tinta. En «Corazón Mecánico», esta apelación se vuelve aún más apremiante, ya que el libro nos invita explícitamente a creer en la veracidad de lo que nos cuenta, pidiéndonos que lo leamos como realidad y no como ficción. El efecto conseguido es, sin duda, perturbador: si lo leído es verdad, entonces lo sobrenatural no está sólo en nuestras fantasías, no sólo forma parte de las historias que nos inventamos, sino que está al acecho, esperando por nosotros detrás de cualquier esquina, listo para darnos un buen susto. Los límites entre verdad y ficción quedan, pues, difuminados, al menos mientras leemos.