e alimentaban de fruta de los árboles y mierda de esa todo el tiempo, igual que los nativos. Los nativos vivían casi eternamente, sobre todo los hombres, deambulaban bronceados y encorvados, flacos y con unos harapos a la cintura, pero los harapos no les servían de gran cosa (me pareció) porque los huevos y la polla se les salían e iban colgando, y los hombres te miraban y sabían que seguirían allí –en esa jungla– mucho después de que hubieras desaparecido. Por lo visto, las mujeres pasaban más rato sentadas, haciendo cosas con las manos –masturbarse–, pero, pese a todo, parecían más tristes y morían antes, justo lo contrario de lo que ocurre, pongamos por caso, en una ciudad como Santa Mónica, California. Sea como sea, estaba con el Cuerpo de Paz enseñando unas primeras nociones de geometría y álgebra a exladrones parapléjicos alcohólicos rehabilitados. Los del Cuerpo de Paz volvían de aquel lugar con una mirada de pájaro alucinado, así que al final me enviaron para que intentara organizar el cotarro, a mí y a mi esposa, Angela.
Angela y yo teníamos problemas, lo nuestro iba de capa caída, desde luego, pero como muchas otras personas queríamos tener bien claro que se hubiera acabado definitivamente porque suponía una sobrecarga considerable del cableado eso de salir y buscar un recambio que quizá desembocara en el mismo lío. Así que nos encontrábamos en un estado de lento alejamiento. Todo estaba teñido de una crudeza inflexible y, sin embargo, teníamos que atravesar esa crudeza, la necesitábamos, de algún modo, como una vez necesitamos el amor.
Así que allí estábamos en la jungla –distanciándonosen medio de un pueblo que parecía capaz de sobrevivir sin crudeza ni amor, y los pájaros pululaban y medio volaban y vete a ser qué coño. Me hacía falta ayuda. Había un viejo blanco llamado Jamproof Albert. No sé qué pintaba allí, pero hacía recados entre la jungla y la ciudad, así que le dije: «Jam, toma pasta. Necesito un respiro. Aquí las cuentas no cuadran y el silencio..., bueno, tráeme algo, vamos a ver, sí, tráeme un mono.»
Jamproof estuvo ausente dos y tres días y, cuando volvió, llevaba un mono; me lo dio y me dijo: «¡Toma, quédate con el puto bicho!» Y luego se largó. Miré al mono y era igualito que un tipo que una vez fue candidato a presidente y tuvo suerte y murió, así que le llamé Dewey. O igual fue candidato a presidente y murió.
Intenté acariciar a Dewey y me mordió el dedo. Luego se bajó de mi regazo de un brinco y, mientras me miraba, se cogió la manguera y se meó encima y luego se untó las manos en la orina y se la