Quítatelos, ¿quieres? Así no sentirás la tentación.
Ozma dibujó un círculo en el aire con el dedo y luego señaló mis pies; o más bien dicho: mis preciosos y relucientes zapatos. De la punta del dedo saltó una chispa verde que después zigzagueó por el aire y chocó con el talón de uno de mis zapatos. Entonces se iluminaron como respuesta a aquel insulto, pero no se movieron ni un ápice.
La princesa, al ver que su hechizo no había funcionado, arrugó la frente. Me puse de pie, me di media vuelta y me enfrenté a ella, rabiosa.
—Son «míos» —aseguré—. Ella me los regaló, y no puedes hacer nada al respecto.