De hecho, Monsiváis ya le había reprochado a Paz, en el curso de una larga polémica sostenida a finales de 1977 y principios de 1978 en las páginas de Proceso: “El talento de Octavio Paz con ser universal no es omnisciente, aunque él suela pretender dogmáticamente el monopolio de la discrepancia. Por lo menos así lo expresa su insistencia en descalificar a su adversario en turno, por el simple procedimiento de distorsionar, inventar o despojar de cualquier contexto a sus razonamientos”.
Aguerrido, Paz le reviraba cuando menos: “si mi pecado es ‘la manía generalizadora’, el suyo es el discurso deshilvanado, hecho de afirmaciones y negaciones sueltas. Monsiváis no es un hombre de ideas, sino de ocurrencias”.
“Me toca –contraatacaba Monsiváis–. Paz no es un hombre de ideas, sino de recetas. Ahora sí, encapsulados en sus respectivos monólogos, quedan con ustedes el boticario y el ocurrente”. Y así se siguieron, hasta que Monsiváis remató con una cita de Thomas Hobbes:
“Quienes están vehementemente enamorados de sus propias opiniones y, por absurdas que sean, tienden con obstinación a mantenerlas, dan a esas opiniones suyas el nombre reverente de Conciencia, como si les pareciera inadecuado cambiarlas o hablar contra ellas, y así pretenden saber que son ciertas cuando saben a lo sumo que ello no pasa de una opinión.”