Cayó tu cetro, se embotó tu espada...
mas ¡ay!, ¡cuán triste libertad respiro!
Hice un mundo de ti, que hoy se anonada,
y en honda y vasta soledad me miro.
¡Vive dichoso tú! Si en algún día
ves este adiós que te dirijo eterno,
sabe que aún tienes en el alma mía,
generoso perdón, cariño tierno.