El sábado 30 de mayo de 1739, De Brosses partió a Italia, en un viaje de estudio y placer que duraría hasta la primavera de 1740. En Bolonia conoció al papa Clemente, al químico Beccari y al astrónomo Zanotti; departió en Florencia con los eruditos Cerati y Niccolini. Visitó en Módena al historiador Muratori. Se hizo amigo de Vivaldi, oyó a Tartini, comió con el rey de Inglaterra, discutió en latín con la sapientísima Agnesi, rindió visita a las cortesanas de Venecia, se quemó los zapatos en el cráter del Vesubio y se metió colgando de un cesto en las ruinas de Herculano. No se perdió ningún espec—
táculo ni curiosidad, vio y escuchó infinidad de cosas, y casi todas las contó en cartas que enviaba a los amigos de Dijon.
Este epistolario, que presentamos íntegro por primera vez en castellano, suma del pensamiento ilustrado francés, es una de las obras literarias que mayor influencia ha tenido en escritores como Stendhal, Nietzsche, Jünger, entre otros, que admiraron su ingenio, humor y sus dotes de penetración psicológica.