Mentir

mentir supone quebrantar la libertad de quienes nos importan.

Las mentiras de los poderosos nos hacen desconfiar de gobiernos y grandes empresas. Las mentiras de los débiles nos vuelven insensibles al sufrimiento de los demás.

. La verdad nunca requiere semejante clase de atenciones. Simplemente no hay más que repetirla.

Nuestra falta de honestidad no solo influye sobre las decisiones que toman sino que suele determinar las decisiones que pueden tomar y hasta extremos que no siempre somos capaces de predecir.

Mentir combina en un único acto la falta de confianza y de honradez. Es al mismo tiempo un fallo de comprensión y una falta de voluntad de ser comprendido. Mentir es dar un paso atrás en la relación.

La mayor parte de las formas de degradación personal y maldad pública se desencadenan y sustentan con la mentira. Los actos de adulterio y demás deslealtades personales, el fraude económico, la corrupción gubernamental… hasta el asesinato y el genocidio suelen requerir un defecto moral adicional: la disposición para mentir.

Estoy bastante seguro de que yo no podría vivir así, por noble que fuera la causa. El papel de los espías me asombra por su capacidad para sacrificar de forma casi absoluta la ética personal en aras de un bien superior, ya sea real o imaginario. Es una especie de inmolación moral.

En semejantes circunstancias, solo de forma retrospectiva podríamos reconocer que mentir es bueno. Pero la guerra y el espionaje son situaciones en las que las relaciones humanas se han desmoronado o jamás se han entablado; por consiguiente, dejan de regir las normas de cooperación habituales.

La familiaridad alimenta la credibilidad.

Si, por ejemplo, se propaga el rumor de que un político famoso se desmayó en una ocasión durante un discurso de campaña electoral, y posteriormente se demuestra que la historia es falsa, una proporción significativa de personas la recordará como cierta… aun cuando ellos mismos hubieran estado en el propio contexto en el que el engaño quedara desenmascarado.