La autora nos cuenta: «No sé tantas cosas sobre mí y esa debe ser una de las razones por las que escribo. Escribir es un modo eficiente de enterarme. Lo que más me gusta de escribir es poder mirar a los otros amparada en la excusa poética: los otros me parecen objetos de estudio fabulosos y complejos. Entre más insignificantes y anónimos mejor. Casi siempre escribo de personas insignificantes, después de pasear un rato mis ojos sobre ellas, por sus pequeñas rarezas. El tedio ajeno me maravilla, la miseria ajena también; encuentro belleza y dignidad en mentones pronunciados, pelos desteñidos, niños feos y camisas gastadas, pero abotonadas hasta el cuello. En el papel, no soy muy amiga de las personas bellas, o importantes, o felices; me parecen el germen de relatos inverosímiles. Mirar a los otros significa elegir una porción de universo que está a punto de ser intervenida, o sea modificada, o sea destruida. Y en ese punto que sucede a la destrucción es cuando se perfilan los relatos. Uno, dos y cientos de relatos, que no son más que pedazos de uno mismo».