La aparición de la novela es tardía, y lo cierto es que no pudo ser de otra manera. Para los países europeos que se fueron formando a partir de la esfumación del mundo romano, el periodo de mil años que va del siglo VI al XV es sin duda el más oscuro de la historia, no ya desde el punto de vista de la cultura y el conocimiento, sino desde cualquier punto de vista. La ignorancia y el embrutecimiento intelectual y cultural imperantes no eran sino la proyección de una desoladora vida cotidiana; una situación a la que no escapaba ni Francia, epicentro político de esa época.
La recuperación se produjo de forma muy lenta en todos los terrenos y en todas partes. Paradójicamente, fue en el mundo musulmán de aquel entonces –por lo general, gracias a la minoría judía, especialmente culta– donde mejor se guardaron los conocimientos y las obras, tanto literarias como relativas al pensamiento, del mundo clásico. No obstante, desde un punto de vista puramente literario, el renacer de la poesía se inició en la Provenza, para pasar de allí a Italia, y de Italia a Francia, Inglaterra y España; en España, ya en los albores del Renacimiento, según se hacía evidente el final de la Reconquista de los últimos enclaves en poder de los musulmanes.
El latín, muy vinculado a la Iglesia durante la Edad Media, y usado también con fines jurídicos, oratorios y, en ocasiones, hasta literarios, no tardó sin embargo en llegar a ser, desde el punto de vista de la innovación, una lengua muerta. Su principal utilidad fue la de haberse convertido en koiné o lengua común a todas las minorías cultas de Europa. Pero los impulsos creativos no tardaron en centrarse en las diversas lenguas romances, empeñadas todas ellas, cada una por su lado, en desarrollar una literatura propia en un lenguaje elevado, distinto al vulgar, que sin duda siguió vivo en el ámbito de las canciones y representaciones populares.