Entonces, muy optimistamente, se puso a redactar una larga carta para el mismísimo Presidente de la República.
—Ah, Rosendo —le cuchicheaba eludiendo posibles delatores para que la carta no fuera interceptada—, he escrito contando todo mi caso y lo que he visto. Ningún abuso se me ha escapao. El Presidente tiene que leerla ¿no es cierto? También le digo que aconsejé a mi hijo que hiciera su servicio, que siempre he querido a mi patria y más sea aquí, en medio de tanta injusticia, la sigo queriendo aunque a veces me duele ver cómo deja que se abuse de los pobres… ¿No te parece, viejo, que el Presidente oirá una voz sana, honrada, salida del pueblo? Yo creo que vamos a tener cambios, vas a ver. Lo que pasa es que nadie le dice nada al Presidente y él vive creyendo, po lo que le engañan los interesaos, que todo es güeno… Nosotros debemos hacernos oír tamién. Ya verás, ya verás, Rosendo. ¿Tú qué dices? ¿Po qué te quedas callao? Tú te has botao a muerto.