—Matthias —susurró. Carraspeó y probó de nuevo—: Matthias —dijo en voz más alta. Quería que él la oyera; necesitaba creer que podía oírla—. Oh, por los Santos, no quiero dejarte aquí. No quiero abandonarte jamás. —Pero esa no era la elegía heroica que él se merecía. Podía hacerlo. Por él. Nina tomó aire temblorosamente—. Matthias Helvar fue un soldado y un héroe. Me salvó cuando me estaba ahogando. Nos mantuvo con vida a ambos en el hielo. Soportó un año en la peor cárcel del mundo por un delito que no había cometido. Me perdonó por traicionarle. Luchó a mi lado, y cuando pudo haberme abandonado, prefirió darle la espalda a la única patria que había conocido. Por eso, lo llamaron traidor. Pero no lo era. Creía que su patria podía ser algo más de lo que era. Vivió con honor, y con honor murió. —Se le quebró la voz y se obligó a apartar las lágrimas. Quería afrontar ese momento con dignidad. Era lo mínimo que podía hacer por él—. No siempre fue un buen hombre, pero tenía buen corazón. Un corazón grande y fuerte que debería haber seguido latiendo muchos años más.