Considerado como patriarca de la literatura americana y el mejor escritor de habla inglesa de su tiempo, Washington Irving (1783–1859) logró el privilegio de vivir en la Alhambra mientras escribía este libro. En una tertulia que al atardecer reunía en la plaza de los Aljibes, recogió un torrente de recuerdos, historias y le yendas que le iban a servir de base para sus relatos, a la par documentados en la Biblioteca universitaria granadina. Tal vez contó allí mismo estos Cuentos a una niña que con el tiempo llegaría a ser emperatriz de Francia, pero, ciertamente, con ellos se ha convertido en el guía más famoso y universal de la Alhambra. Porque nadie le ha superado en los cuadros que de todos sus rincones pinta y que sirven de marco vivo a un género nuevo de novela fantástica y literaria.