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Roberto Calasso

La ruina de Kasch

La leyenda del título es la de un reino africano en el que el rey era ejecutado cuando los astros alcanzaban determinadas posiciones. Hasta allí llegó un extranjero que contaba historias embriagadoras, tanto que los sacerdotes olvidaron escrutar el cielo y se inició la ruina del antiguo orden. Aquí el maestro de ceremonias es Talleyrand, que nos introduce en lugares y vicisitudes: la Corte de Versalles, la India de los Veda, Maria Antonieta, Goethe, Baudelaire, Marx, tres sórdidos asesinos, Napoleón& Figuras conectadas unas a otras y que remiten a un mismo origen: la leyenda de la ruina de Kasch.
485 бумажных страниц
Дата публикации оригинала
2006
Год выхода издания
2006
Издательство
Editorial Anagrama
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Цитаты

  • Miguel Ángel Vidaurreцитируетв прошлом году
    Para la analogía, la única legimitidad es la de la sagrada investidura, que desciende por resonancias y simpatías a lo largo de todos los peldaños del ser. Allí donde se extingue esa resonancia, ninguna legitimidad es admisible. Para la convención, la legitimidad es el primer ejemplo de ese acuerdo arbitrario que permite hacer funcionar todo tipo de mecanismos, desde el lenguaje hasta la sociedad. Como siempre, la convención no se preocupa en este caso de esencias ni de sustancias, sino de funcionamiento, y está dispuesta a permutar (ella, que es el alma misma de la sustitución) una forma por otra.
  • Miguel Ángel Vidaurreцитируетв прошлом году
    Todas las teorías occidentales de la legitimidad tienen un defecto: no conocen las aguas del origen. «¿Quién te ha hecho rey?», pregunta Aldeberto, conde de Périgord, antepasado de Charles-Maurice de Talleyrand, a Hugo Capeto, rey de la Ile-de-France, el primero de los reyes de Francia. Pero Capeto no puede contestar: «Vengo del Dsivoa, del estanque de los orígenes, he salido de una de esas burbujas de agua que se forman espontáneamente en su superficie.» Sin esas aguas, todos son usurpadores. Y los primeros usurpadores pueden recurrir entonces a un único aliado: el tiempo. Cuando una soberanía lleva un cierto tiempo subsistiendo se supone que la crudeza con que ha afirmado su fuerza ya se ha rodeado y cubierto de la douceur de una costumbre, de una aceptación prolongada, en suma, de una tradición. Así que la tradición ya no servirá para reivindicar el origen, sino para ocultarlo.
  • Miguel Ángel Vidaurreцитируетв прошлом году
    Talleyrand fue el primero en entender que el nuevo mundo salido de la era napoleónica en la esperanza de un equilibrio ya no esperaba, no reclamaba una ley, sino la apariencia de una ley. Cualquier otra solución habría sido demasiado dura y lo habría arruinado rápidamente. Ya nadie podía defender una ley intocable –y casi ni siquiera pensarla–, a no ser un auténtico excéntrico como Joseph de Maistre en la terraza de San Petersburgo; una ausencia de ley, un total abandono a la fuerza y a las momentáneas convenciones entre fuerzas era exactamente lo que el mundo no podía permitirse nombrar, aunque lo practicara todos los días. Mejor dicho, no podía nombrarlo precisamente porque lo practicaba. Así pues, la referencia a la ley seguía pareciendo necesaria, pero la propia ley debía revelarse prácticamente vacía, incapaz de resistir cualquier examen.

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