Cada vez que siento que la muerte me abandona, cansada de insistir, cada vez que siento más vitalmente esos ratos fugaces de ese algo inexplicable, mezcla extraña de alegría de vivir, es cuando añoro como nunca esas noches interminables de mi vida cotidiana. Cada vez que se ponen en relieve mis miedos, miedos milenarios ante lo desconocido, cada vez que se hacen evidentes estos momentos instantáneos de felicidad, es que añoro aquella libertad segura de sí misma, cada vez que frente a rostros inmutables tengo que hurgar un sentimiento generalmente odioso, cada vez que la sangre de mis padres envenena de escrúpulos mis buenas intenciones, entonces tengo ganas, tengo ganas de mil cosas diferentes, como gritar en una calle, como decir por favor, ya basta, tengan un poco de respeto por la persona que habita en mí, y que ustedes quieren todavía, por la persona desconsolada, desconsolada y errante que busca mis destinos. Por favor, comprendan lo incomprensible.