Luego de desarrollar con recursos joycianos el español que se habla en México, de contar rabelesianamente la vida de un joven que muere en una represión de estudiantes, y el delirio trágico y surrealista que constituyó el imperio mexicano de los Habsburgo, don Fernando no podría elegir el consabido esquema en que un detective hiperracional, de supuesta gran capacidad analítica, afronta un crimen y lo resuelve a pesar del laberinto de pistas falsas dispuestas por los delincuentes —aunque Linda 67 tiene algunas pinceladas que vienen de esta tradición, cada vez que el narrador opta por seguir al inspector Gálvez en sus elucubraciones—.