Nada, ni la inteligencia, ni los estudios, ni la belleza contaba tanto como la reputación sexual de una chica, es decir, su valor en el mercado del matrimonio, por el que velaban las madres, como sus madres habían hecho con ellas: si te acuestas antes de casarte, nadie querrá de ti, sobreentendido, salvo otro desecho del mercado como tú, en masculino, un lisiado o un enfermo, o peor aún, un divorciado.