La ternera

Ella, que no lloró ni una sola vez cuando profanaban su carne, no encontraba la manera de controlar su llanto. Se había convertido en una llorona

Las bocas silenciadas no dejan por ello de hablar, se vuelve eterno su decir, hablan para siempre, aun sin voz

Qué era lo que ponía en marcha al predador

Nunca imaginó un dedo donde él lo ponía.

¿De qué gancho han colgado su corazón de ternera? Entre todos los soles ni uno siquiera puso luz para ella en su devastación

¿Qué alineación de astros produjo esta oscuridad huérfana?

Alguien llega. El cerrojo se ha abierto.

La viste deprisa y la deja salir

sabe que es una ternera en el matadero. Al menos, para que el peso no sea tan grande, intenta distraerse mirando las bayetas, los botes de limpieza y productos de baño. Huele demasiado a humedad. Pero no puede dejar de sentir el peso de su ropa rozando el suelo, enroscada en sus tobillos de pino joven

Pero ahora, desde que el baño inútil apareció para llevarla, la concavidad de su padre la alerta.

Ya no es tiempo de prestar atención a la respiración

Le cuesta. La de su padre es más lenta; la suya de gacela es rápida y leve. Corre tras la de él para alcanzarla, buscando que la respiración sea una y la misma, queriendo respirar al unísono

Su padre es el encargado de dormirla por las noches. Son los primeros en irse a la cama. Es el privilegio de ser pequeña

Le cuesta mucho todo ya. Levantarse cada mañana, ponerse la camisa blanca, el uniforme del colegio, los calcetines azules, los zapatos mocasines. Ya nada es normal. Echa de menos los días de hace muy poco, sin marcas