o fue fácil encontrar a un traductor. Finalmente se encargó de hacerlo Andre Prudhommeaux que había luchado en las divisiones de los anarquistas en España, y en consecuencia no les tenía mucho cariño a los comunistas. Pero no sabía ni una sola palabra de polaco, y todo el texto se lo dicté yo en francés, frase por frase. Pero una editorial de la magnitud de Gallimard sólo aceptó ese libro cuando gané el concurso por La toma del poder, en Ginebra y traducido por Jeanne Hersch. Jeanne también tradujo mi siguiente novela, El valle del Issa.
Al emprender la escritura de Mi Europa quise destacar mi oposición en contra de su círculo cultural, mucho más que en mis libros anteriores. ¿Por qué habían dividido Europa en dos, y a nosotros nos habían echado a aquella «oscuridad interior», donde incluso si los sistemas políticos que se sucedían tenían sus aspectos negativos, seguían siendo buenos para los bárbaros? ¿Por qué nuestras desgracias no contaban para nada en sus balanzas y no les interesaban en absoluto Katyn, las deportaciones, Varsovia completamente destruida, las prisiones y la censura? Era un extraño para ellos, pero ¿no había crecido en una ciudad barroca? ¿No