Apenas setenta horas después del último pensamiento, que declara «Le amo. Hasta pronto», Marguerite Duras fallece en París. Repito este dato monstruoso y a la vez crucial: la escritora termina el texto y, dos días y medio más tarde, también se acaba su vida, como si ambas acciones estuvieran conectadas de antemano, como si Duras abandonara la literatura y la existencia por la misma puerta, siguiendo un idéntico, calculado y espeluznante plan.