Si pudiera, aliviaría a los que sufren, lo haría, pero yo no sería ni mejor ni peor si intento hacer mío el sufrimiento de los otros (Allué, 1996, 188-189). Así siente también Claire Marin, lastimada infinitamente por el sufrimiento. “Nuestro dolor nos vuelve más indiferentes todavía al de los demás, como si su exceso volviera insoportable cualquier otra queja. Más nos debilita la enfermedad, nos afecta, más acelera nuestra ceguera y nuestra insensibilidad. No quedan energías para la compasión”