Ésta es la crónica de un México devastado. En su geografía hay personas que se cubren el rostro con máscaras de nailon, pasamontañas, paliacates, capuchas, mascadas, camisetas. Los embozos exponen sin proponérselo esa devastación y son empleados –de forma ocasional o permanente— con distintos fines: confrontarse con el Estado, defender una comunidad o un territorio, proteger la propia vida u ocultarse para delinquir, reprimir, matar. La historia de México bien puede escribirse a través de los resortes y los saldos de la subversión. Están presentes en esta crónica las expresiones de radicalidad o de violencia popular más visibles en los últimos veinticinco años: las guerrilleras, el Ejército Zapatista, la vertiente anarquista que comete sabotajes, las autodefensas y las guardias comunitarias. Se dirá que las manifestaciones subversivas son marginales y con poco impacto político, pero cada una, con sus particularidades, ha expuesto el recrudecimiento de la violencia estructural. Y algunas tienen visos de crecimiento, como las autodefensas y los movimientos de resistencias contra varios megaproyectos. Esta narración reivindica la dimensión humana del periodismo que acude al lugar de los hechos a reportear sobre el terreno y recoger directamente las voces. Es una crónica escrita al revés: su puerto de partida es nuestro presente y transita hacia nuestro pasado. Es una muestra de lo que ya no debe perpetuarse. Al hacer este viaje mirando al ayer, podemos imaginar el destino al que nos dirigimos si en México no erradicamos genuinamente la violencia organizada ni concretamos los cambios estructurales que apremian.