Existió una considerable distancia entre los sucesos y la escritura de esas obras, y ello en diversos niveles: lingüístico –el arameo presumiblemente hablado por Jesús y sus seguidores se convierte en una narración compuesta en griego–, geográfico –lo sucedido en Palestina es narrado por autores que escriben casi con seguridad en la Diáspora–, cronológico –lo sucedido en el primer tercio del siglo I es narrado en el último tercio– y sociocultural –quienes escriben no pertenecen a una cultura eminentemente rural, sino a una urbana–. Aunque tales distanciamientos no anulan la posibilidad de transmisión de material histórico, incrementan en muy alto grado la probabilidad de alterar los hechos narrados, así como la improbabilidad de que se estableciesen controles efectivos sobre la información vehiculada.