El pensamiento francés de la segunda mitad del siglo XX ha sido muy probablemente la última gran corriente especulativa capaz de renovar enteramente el lugar en el que plantear los problemas y el modo de hacerlo. Su influencia ha sido enorme, cubre toda la geografía intelectual y abarca todos los ámbitos, desde la reflexión política a la crítica y la experimentación artística. Los pensadores que llevaron adelante esta renovación fueron numerosos y de una rara calidad, y entre ellos destacan especialmente Michel Foucault (1926–1984) y Jacques Derrida (1910–2004). Ambos denunciaron los presupuestos habituales de un determinado dominio discursivo y atacaron el etnocentrismo imperante, aunque lo hicieran tomando diferentes caminos: Foucault, por la vía de la práctica genealógica del análisis histórico; Derrida por la de la deconstrucción del logocentrismo y el falocentrismo. Aún hoy, una parte importante del utillaje conceptual que tenemos a nuestra disposición cae bajo el influjo de estos dos pensadores.