Admiramos una novela o una pintura por su técnica y su belleza, pero ¿podemos sentir lo mismo por una clase? Los autores de este libro responden rotundamente que sí, aunque advierten de la excesiva exposición a la innovación docente, que atacan por ser más “innovación” que “docente”. Lo nuevo nos puede ayudar a mejorar, pero la verdad del oficio está en lo viejo, en qué espera el profesor de los alumnos y en qué esperan los alumnos del profesor.
Cómo dar una buena clase se fija en cómo los nuevos comunicadores digitales captan la atención, aunque sin perder nunca de vista que una clase entretenida no es necesariamente una clase fructífera. El buen enseñante necesita cultivar la humildad, no rehuir ni abusar de su poder, saber gestionar el rechazo, planificar bien tiempos y contenidos, manejar el storytelling y, además, crearse un personaje. Eso sí, mejor que sea uno alejado de los clichés románticos tipo El club de los poetas muertos. Aquí los autores aportan claves realistas y pragmáticas (y algo de mindfulness) para sobrevivir a la dispersión de la atención a la que obliga el contexto digital. No hay recetas milagrosas y sí un único camino: «Prueba. Intenta. Arriesga. Falla. Sé profesor».