Los más jóvenes de la casa son pequeños maestros que nos enseñan cosas grandes No hay experiencia comparable a la de ser madre o padre. Sin duda, porque en ella salimos infinitamente enriquecidos. Cada hijo nos trae el mismo mensaje: «A partir de ahora todo va a ser al revés: aprende el que enseña, recibe el que da, queda lleno el que se vacía». El poeta inglés George Herbert decía que “un padre vale por cien maestros”; nosotros pensamos que la frase también se puede aplicar a los hijos. Ellos son pequeños maestros que nos enseñan cosas grandes: optimismo, ilusión, imaginación, humor, alegría, confianza, serenidad… Si no fuera por ellos, probablemente no hubiéramos aprendido a mantenernos siempre jóvenes, a aceptar la frustración, a adaptarnos a lo imprevisible, a trabajar en equipo, a gestionar el tiempo, a reajustar las preferencias, a ser prescindibles… Si educar consiste en sacar del otro su mejor yo, los hijos nos educan más que cien maestros. Gracias a ellos somos, o intentamos ser, mejores personas. Gracias.