Justiniano, el basileo y autócrata, con la corona sobre la cabeza como una aureola, y Teodora, luciendo sus joyas. Cuando ocuparon el palco imperial, se produjo de repente en todas las gradas un estruendoso estallido de júbilo. Todos habían olvidado que, aún no hacía muchos años, en ese mismo lugar, idéntica multitud había asaltado el mismo palco con el mismo emperador y, en castigo, treinta mil personas habían sido degolladas allí mismo; para la masa, olvidadiza por naturaleza, la