«En México gané mi nombre», dijo alguna vez José Saramago, y no parece que fuera sólo por compromiso con sus anfitriones desde Morelia hasta Guadalajara o Chiapas, o en los diversos recintos universitarios que recibieron al novelista. Para conmemorar el centenario del escritor nacido en Azinhaga, 22 testigos se reúnen para recordar el paso de Saramago por el país que lo quiso incluso antes de que ganara el premio Nobel de Literatura en 1998. Están aquí escritores como Elena Poniatowska, Hernán Lara Zavala u Horácio Costa; también las editoras que construyeron y circularon su obra entre el público mexicano; asimismo hay crónicas personales de momentos irrepetibles junto al novelista: una visita a la Pirámide del Sol en Teotihuacán, charlas junto a fuentes de agua sucia que se tornaron legendarias, comidas con demasiado picante para un estómago lusitano, o el impulso que llevó a la fundación en la UNAM de la única carrera dedicada a las letras portuguesas en Hispanoamérica. Y, siempre, un magnetismo irresistible que produjo interminables filas para llenar de autógrafos libros como Ensayo sobre la ceguera o El Evangelio según Jesucristo. En estos recuerdos, el escritor y su obra se ven a la luz de sus lectores en México, país que se convirtió —por derecho propio— en la capital de la saramagia.