No siempre ha sido así. He perdido el norte: falsos ideales de masculinidad —¿de dónde los he sacado, de ver demasiados westerns?— que me hicieron creer que tenía que cepillarme a todas las mujeres, incluso a las que no deseaba, y reprochármelo cuando no lo conseguía. El desprecio hacia las mujeres que no me deseaban. Y la idea de que todas las mujeres eran reemplazables, que era muy fácil elegir otra. Y cuando me sentía infeliz, la idea de que el sexo me salvaría.