En la vida diaria ese fuego del conocimiento se practica manteniéndose plenamente consciente de lo que hay, de lo que sucede (de lo-que-es como dice Balsekar -2006-), pero sin tratar de cambiarlo o de perfeccionarlo, simplemente conociéndolo y aceptándolo tal cual es. Sólo así el fuego de la consciencia reduce a cenizas los actos y sus resultados. Sólo así puede uno vivir en paz con la realidad, abrazándola plenamente, en armonía con el flujo de la vida y con la voluntad cósmica.