Al día siguiente, Villa mandó llamar a Tiburcio, y mientras la columna trotaba hacia el norte, rumbo a El Carmen, por el camino de rueda, lo hizo marchar a su lado.
–Mira, viejo –le fue diciendo–, yo no quiero que te vayas a poner de malas conmigo por lo de ayer. Palabra de hombre que lo que quise fue quitarte de ir sufriendo todo este camino. Ahorita irías pensando “mi mujer… mi mujer…”, y cuando entráramos a los trancazos se te doblarían las corvas. Te lo digo por experiencia; yo he dejado muchas mujeres, y a punto cierto no sé cuántos muchachos tengo, y siempre ando medio preocupado pensando que los carrancistas van a tomar con ellos su desquite. Tú, ahora, estás tranquilo, porque sabes que a tu mujer no le puede pasar nada malo…