La victoria de Donald Trump provocó estupor, tanto en su país como en el resto del mundo: ¿cómo ese personaje grotesco, que nunca había ejercido una función política, cuyo nombre evoca una riqueza arrogante y que muchos conocían de un concurso de la tele, pudo ganar a Hillary Clinton, que, sin haber conquistado la simpatía de sus conciudadanos, en la opinión pública era considerada como un modelo de competencia, de experiencia y de profesionalidad? Lo cierto es que, una vez más, los encuestadores se equivocaron; si hacemos caso a los comentarios, el «pueblo» habría sido más fuerte que las «élites». Sin duda, el error fue del Colegio Electoral: en efecto, Hillary Clinton gana en voto popular (con más de 2,9 millones de votos según los resultados finales, es decir, ¡con una ventaja del 2,1!), lo que debería mitigar la lectura populista; en consecuencia, bastó con que sus votos estuvieran mal distribuidos: demasiado concentrados en estados afines a su partido y no tan bien representados en grandes electores.