Por extremo que parezca, entiendo la popularidad de los mantras de Shera entre las jóvenes. Hace poco, un médico de cabecera me dio la baja por el espantoso triunvirato del bajo estado de ánimo, el agotamiento y la fatiga. La idea de que un hombre rico apareciera en el horizonte para salvarme del exceso de trabajo y de un piso sucio, por muy regresiva que fuera, era más tentadora que las soluciones a largo plazo que realmente necesitaba: descanso, terapia y, en su defecto, antidepresivos.