Roper ya no le parecía tan cultivado ni encantador como hacia el final de la cena; ahora tenía destellos recurrentes de querer llamar la atención e incluso de ser un poco bobo. Lo exasperante era que ya no podía olvidar que le había parecido atractivo. En su cerebro flotaba, como el punto de luz en una columna de mercurio, ese impulso sobre el cual tenía poca experiencia y una opinión adversa. En otros asuntos, su mente estaba perfectamente clara, por lo que se sentía como dos personas, una que piensa y otra que quiere actuar. Quizás incluso había una tercera, la que siente, y en realidad se sentía muy cansada.