En la ciudad industrial de Coketown, siempre «amortajada en una neblina propia», el señor Gradgrind dirige una escuela donde se enseña que la vida es «una pura cuestión de números» basada en «hechos» e inculca los mismos principios a sus hijos. Cuando un día sorprende a dos de ellos, Tom y Louisa –que nunca han cantado canciones infantiles ni leído cuentos de hadas–, espiando entre las barracas de un circo, se enoja sobremanera y les recuerda que la imaginación y el sentimiento son «tonterías destructivas». El fabuloso mundo del circo sirve de contrapartida al sistema despótico y estrictamente regulado de la ideología utilitarista, personificada especialmente en la figura del siniestro banquero Bounderby, y que a lo largo de la trama lo único que prácticamente hace es engendrar canallas y víctimas. Tal vez Dickens nunca se mostró tan indignado como cuando escribió Tiempos difíciles (1854), donde la denuncia de las falacias del credo de los «amos» y de las durísimas condiciones de los trabajadores alcanza cotas subversivas. Los personajes cínicos, mezquinos y ridículos se mezclan con los oprimidos que aún conservan una fe extraordinaria en el amor, la fantasía y la solidaridad. La galería dickensiana es tan variopinta y genial como siempre y está descrita con una prosa ricamente persuasiva y un humor implacable.