Incitado por ellas a dar su opinión, a expresar su admiración por un cuadro, guardaba un silencio casi descortés y, en cambio, se desquitaba si podía facilitar una información material sobre el museo en que se encontraba, sobre la fecha en que había sido pintado, pero, por lo general, se contentaba con intentar divertirnos contando todas las veces una historia nueva que acababa de sucederle con personas elegidas de entre las que conocíamos: con el farmacéutico de Combray, nuestra cocinera, nuestro cochero