con solo asomar la nariz al mundo me había topado con aquella exultante exposición de vitalidad y poderío. Porque no fue solamente el discurso de la oradora lo que me emocionó, sino —y sobre todo— el sentimiento de colectividad. Era impresionante. ¡Que hubiera tantas y tantas mujeres en aquel teatro, en aquella ciudad, en el mundo con las mismas ideas que yo…! Apenas podía creérmelo… era un regalo del cielo.