La tradición profunda del yoga

La esencia del yoga es la materialización del fluir de vida inherente a la realidad de una existencia condicionada. Esto nos impulsa a convertirnos en mejores seres humanos. Y también nos lleva una vez más de regreso a la primera rama (yama) de la práctica: la responsabilidad que compartimos todos de contribuir a la paz y la ductilidad de este mundo, en lugar de a su violencia y rigidez. Ya que hemos de convivir en este mundo sobrepoblado, transitorio y en conflicto, una meditación sobre la muerte sería un buen antídoto contra el egocentrismo. El yoga nos enseña que, al igual que las joyas de la red de Indra, cuando nos despojamos de nuestra idea de estar separados unos de otros y del mundo entero, cuando el concepto “yo soy” no es visto más que como una creación ficticia, nosotros mismos nos convertimos en la red.

La contemplación de la muerte, si se la piensa únicamente en el contexto del “yo”, resulta deprimente y es fácil caer en el nihilismo. Sin embargo, una contemplación de la muerte que incluya la muerte de un “yo” en compañía de un corazón abierto nos invita a conectar con el mundo y disolver el apego de forma natural. Y cuando el apego a nuestras ideas sobre el ser se suelta, automáticamente surgen el amor y la compasión. Siempre que haya apego, no habrá relación; siempre que haya expectativas, no habrá amor. El amor aparece cuando las expectativas se disuelven. El amor es el mejor sanador en una crisis, pues soltar nuestra perspectiva es lo que resuelve la crisis, y de allí surge de manera espontánea el amor, la prosperidad y el moka. La iluminación no es un lugar lejano, está justo aquí y ahora. Esta práctica de yoga nos coloca constantemente en el momento presente, en comunidad.

A nivel personal, al ignorar nuestra mortalidad y vulnerabilidad, construimos una idea irreal del ser y actuamos conforme a una idea equivocada de quién y qué somos. Y el yoga nos conduce a una cuestión crucial: dejar que la muerte penetre el ser. La aceptación de la muerte, al igual que el hecho de estar plenamente comprometidos con la vida, consiste en aceptar que todo lo que deba perecer perecerá. En esta aceptación, una persona experimenta tanto física como imaginariamente el proceso de la muerte del cuerpo y la posibilidad de descansar en lo incognoscible de lo que vendrá.

los efectos personales y relacionales de aferrarse a la inmutabilidad generan violencia, adicción, miedo y sufrimiento

La negación de la muerte, explica que nuestra actividad más elemental es la creación de historias sobre nosotros mismos que eluden la inevitabilidad de que nos enfrentamos a la muerte. “La práctica de morir un poco cada día –dijo una vez Pattabhi Jois– conduce al yoga”. (78) La experiencia de soltar frente a la muerte convierte el morir en un acto de dar. Morir de a poco, al entregarse por completo a cada una de las experiencias, describe en términos yóguicos cómo una persona puede liberarse de la ansiedad y los síntomas de la represión que van de la mano del rechazo al cambio. El acto de soltar en cada momento nos insta a enfrentar nuestra mortalidad de manera directa y permite que una consciencia de muerte purifique nuestros propósitos.

He aquí la mayor evolución: la continuidad con el funcionamiento genético y molecular de este inmenso sistema planetario del que somos tan solo una pequeña parte. Cuando enseño, casi siempre leo las instrucciones para morir o estas descripciones de los elementos durante los diez minutos de savāsanā (postura del cadáver), mientras los alumnos están acostados, el salón está oscuro y la respiración colectiva se va aquietando. Si no se la trata como una práctica de morir, el savāsanā queda reducido a un ejercicio de relajación, divorciado de su propósito de ser una meditación sobre la transitoriedad y, por extensión, sobre la gratitud.

Cuando practicamos con sinceridad, lo que deseamos en la vida se vuelve cada vez más simple. Lo que el yoga nos enseña es a dejar de buscar la satisfacción fuera del corazón. Somos muy inteligentes a la hora de hallar razones externas para perpetuar nuestros hábitos, pues aunque sabemos que estos hábitos nos angustian, seguimos repitiéndolos porque nos resultan conocidos. Por eso practicamos. El tiempo por sí mismo no cura este tipo de ilusiones. Si no se las ve directo, el tiempo tan solo las seguirá encubriendo. Necesitamos comprometernos firmemente para soltar y prestar atención al modo en que nos aferramos en casos de estados mentales y físicos complicados. Aceptar el envejecimiento y la muerte es un buen comienzo.

El yoga busca crear nuevas formas de concebir el mundo y de actuar en él. Comenzando por el cuerpo, el yoga nos enseña a descubrir por nosotros mismos la unidad inherente a la vida. Fuera de la doctrina y más aun del dogma, somos invitados a despertar a la realidad de estar presentes en un mundo cambiante sin aferrarnos a nada como “yo, a mí y lo mío”. He aquí el centro de la práctica. He aquí el centro de la no dualidad. Un abordaje interno o psicológico del yoga entiende la percepción de este preciso momento como el camino que conduce a despertar de los hábitos dualistas de la acción de aferrarse y la repetitividad. Una práctica que incluye los aspectos psicológicos del despertar nos enseña a interrumpir el impulso del condicionamiento para poder llevar una vida de continuo despertar

Debemos incorporar la técnica del despertar como algo más que un conjunto de habilidades y, sobre todo, como algo más que una nueva filosofía, a fin de que se convierta en un modo de estar plenamente en la vida; con el tiempo, un abordaje como este producirá una cultura y comunidades de practicantes centradas en una libertad genuina y cuidado mutuo.

No obstante, se requiere algo de práctica formal para aprender las habilidades necesarias para lograr interrumpir el impulso de distracción y dispersión. Por eso debemos realizar las posturas de yoga con gran concentración, paciencia, gracia y sutileza. Por eso practicamos la meditación sentada, con plena aceptación y atenta inspección.