voz era la única que proseguía incansable, susurrando miles de ternuras, cada una de ellas más afectuosa y extravagante que las anteriores. Y ella lo escuchaba adormecida, como se escucha una pieza musical a lo lejos cuando uno se queda dormido, sin reconocer cada nota en particular, sino solamente lo rítmico, lo melódico del sonido.