Mi abuelo Moctezuma

los Dadores de la Vida te encomendaron a ti el paso triste de desintegración del mundo tenochca, porque tu corazón no tiene la claridad luminosa del guerrero solar, sino que es el espejo de obsidiana del destino.

, mi señor. Los recién llegados impondrán su religión, sus nombres y su lengua.

mi propio hijo, el príncipe Cacama, al que tú pusiste en el trono de Texcoco, tratará de salvar a Tenochtitlan y a ti mismo del cautiverio que te impondrán los invasores. Debes traicionar a Cacama, ponerlo en prisión, poner prisiones de hierro a sus carnes y silenciar su palabra airada. Los Creadores así lo han decretado.

—Te dije que eran la señal de la próxima destrucción de tu reinado y del fin de nuestros dioses.

Sin hablarse siquiera, supieron que caminaban hacia atrás y que se iban a encontrar con personas que habían muerto.

espejo de obsidiana como los que usamos en la adivinación

el templo dedicado a Cihuacóatl, «mujer serpiente», y donde se guardaba la antigua sabiduría.

Nuestro Señor Quetzalcóatl, quien fuera dios y hombre, como el dios de los españoles, se me apareció en un sueño que tuve despierto.

acompañarán cuatrocientos orientales,

Lo realmente importante, y mire que se lo dice un genealogista, no es el orgullo vacuo de descender de personajes históricos, reales o imperiales, sino la conciencia de la identidad: soy lo que soy gracias a quienes me precedieron. De alguna manera soy ellos, ¿me explico? La pulsión vital de los antepasados prosigue en nosotros. Es nuestro deber continuarla y darle sentido. Y esto adquiere particular importancia en pueblos como los nuestros, producto de mezclas y choques de culturas que, en buena medida, han sido dolorosos.