Linda Parker entró en su casa de dos dormitorios en Silver Lake, en la zona noreste de Los Ángeles, cerró la puerta tras de sí y dejó salir un suspiro pesado y cansado. Había sido un día largo y agotador. Cinco sesiones fotográficas en cinco estudios distintos repartidos por toda la ciudad. El trabajo en sí mismo no era muy cansado. A Linda le encantaba ser modelo y era lo bastante afortunada como para poder hacerlo de manera profesional, pero conducir en una ciudad como Los Ángeles, donde el tráfico es lento, y eso solo en el mejor de los casos, tenía una forma especial de dejar exhaustas y agotadas incluso a las almas más pacientes.
Linda había salido de su casa alrededor de las siete y media de la mañana, y cuando aparcó su Volkswagen Escarabajo rojo en la entrada para coches, el reloj del salpica