En el Japón antiguo, las flores de cerezo simbolizaban la vida nueva y el volver a empezar. Esta percepción empezó a cambiar sutilmente en la segunda mitad del siglo XIX y se aceleró muchísimo en los años treinta del siglo siguiente, cuando los gobiernos sucesivos usaron la popular sakura y sus vínculos imperiales para hacer propaganda entre un pueblo acrítico. En lugar de considerar la flor del cerezo un símbolo de vida, canciones, obras de teatro y libros de texto pasaron a hacer hincapié en la muerte. La poesía clásica se malinterpretó deliberadamente y empezó a imponerse la creencia de que el Yamato damashii o «verdadero espíritu japonés» implicaba la voluntad de morir por el emperador –el dios viviente de Japón–, a semejanza de los pétalos