Nuestros monólogos cruzados se elevan hacia la bóveda de la sala. Los personajes se escriben unos a otros. Damos vida a una pose que nos identifica. El director de la obra detiene la escena. Es un instante muerto para nuestros personajes. Nos contempla y corrige nuestras posturas. Se diluye la interrupción y damos vida al gesto pendiente, ahora reformado. Se fragmenta el cuadro, sabemos que la representación ya no es la misma