El hombre de los hongos

La felicidad no se graba, no deja cicatrices, es como el cauce de esos arroyos cristalinos, preñados de destellos mágicos, dueños de una música suave y arrulladora que dicen que alivia enfermedades y restaura el alma

Sé desde entonces que el amor es un milagro irrepetible, y que no todos llegan a vivirlo. ¿Verdad, Gaspar

Gaspar: tenía los ojos tan tristes como cualquier otro hombre de los hongos

¿Acaso no se enteró, desde el primer día, de que Gaspar era mío? Everardo me lo regaló: Y es obvio que fue el mejor regalo que recibí en toda mi vida

La segunda víctima de Toy fue mi madre. Gaspar y yo encontramos el cadáver. Sus certeros colmillos le destrozaron el cuello, y sus garras abrieron surcos sobre sus hermosos senos

Y otro amanecer –que marcó el fin de esta tregua, durante la cual terminó la infancia–, el rugido del viento me despertó

Así fueron los años que siguieron a la llegada de Gaspar. Nos acostumbramos a él y él a nosotros, y a los hombres de los hongos que año tras año –durante el verano– morían

La felicidad no se graba, no deja cicatrices, es como el cauce de esos arroyos cristalinos, preñados de destellos mágicos, dueños de una música suave y arrulladora que dicen que alivia enfermedades y restaura el alma

Nos miró con ojos tristes, como los ojos de todos los hombres de los hongos. Para nosotros, él era como un objeto o un mueble más; no lo saludamos

mientras más avanzaba sobre esa tierra de terciopelo advertí que de ella brotaban miles de setas, ¡las