y completa...
Me quedo mirando al techo, respirando fuerte, y Gabriel apoya su cabeza en mi pecho. Y aunque por costumbre quiero rodar en el colchón, apartarme y quedarme sola en posición fetal, no lo necesito. Me siento cómoda, protegida y llena. Le acaricio el pelo y, levantando la cara, me sonríe y me besa. Jamás le había visto esa expresión. Está relajado, feliz y... despreocupado.
—No sabes cuánto te quiero —me dice—. No sé qué me has hecho, pero por favor, que no acabe nunca.
—Siempre he sentido la necesidad de apartarme cuando se termina el sexo —confieso en voz baja, porque me da vergüenza—. Pero contigo no. ¿Por qué?
—¿Y si es amor?
—No crees en el amor.
—No soy una persona con mucha fe ciega en las cosas, pero cuando veo..., creo.
—Apenas sé nada de ti.
—Tenemos toda la vida para solucionarlo. Esto es solo el comienzo.