que a los cuarenta años nos parece vital bien puede haber perdido su importancia a los setenta. Al fin y al cabo, nos inventamos historias a partir del fugaz material sensorial que nos bombardea a cada instante, que no es sino una serie fragmentada de imágenes, conversaciones, aromas y contactos de personas y cosas. La mayor parte de esta información la eliminamos para así vivir en algo parecido al orden, y seguimos barajando una y otra vez nuestros recuerdos hasta que morimos.