Aunque buscaron por todo el arroyo, no se pudo dar con el cuerpo del maestro. Hans Van Ripper, como albacea de su herencia, examinó el hatillo que contenía todas sus mundanas pertenencias. Consistían en dos o tres camisas, dos alzacuellos, uno o dos pares de medias de lana, unos viejos calzones de pana, una cuchilla oxidada, un libro de salmos con muchas páginas señaladas y un diapasón roto. En cuanto a los libros y los muebles de la escuela, pertenecían a la comunidad, excepto la Historia de la brujería, de Cotton Mather, un Almanaque de Nueva Inglaterra y un libro de sueños y adivinación; en este último había un folio con muchas anotaciones y tachones, resultado de varios intentos frustrados de copiar versos en honor de la heredera de Van Tassel. Esos libros de magia y los versos garabateados Hans Van Ripper los destinó inmediatamente a ser pasto de las llamas; y desde ese momento tomó la determinación de no mandar más a sus hijos a la escuela, señalando que leer y escribir ese tipo de cosas nunca ha conducido a nada bueno.